Alfred Flechtheim: Figura fundamental de la cultura y el arte del siglo XX

Fuga, exilio, muerte…

Los nazis y sus cómplices hicieron estragos nefastos con el hurto y la destrucción de cantidades ciclópeas del acervo cultural europeo, un aspecto de la segunda guerra mundial tratado por historiadores tales como Lynn H. Nicolas y Jonathan Petropoulos. El saqueo y pillaje nazi del «arte degenerado», término con el cual los nazis encasillaron a gran parte del arte moderno, fue una política sistémica que impactó de manera sobresaliente a la población judía, tanto por ser el blanco ideológico de los nazis como por destacarse desproporcionadamente frente al resto de la población como mecenas, galeristas y artistas.

Esta alevosía nazi generó una bonanza en la compraventa de las obras de arte robadas en el mercado internacional, la cual fue cínicamente aprovechada por entidades europeas y estadounidenses para la ampliación de colecciones permanentes —como dice el refrán: en río revuelto, ganancia (ilícita) de pescadores—. Por lo tanto, hay muchísimos individuos e instituciones que hoy en día poseen arte robado a sabiendas (o que prefieren no escudriñar al respecto).

Entre 1933 y 1945, los nazis confiscaron aproximadamente 600 mil obras de arte que pertenecían principalmente a coleccionistas y galeristas judíos. Tan solo meses luego de subir al poder en 1933, los nazis empezaron a despojar a la población judeo-alemana de todos sus bienes. Flechtheim fue una de las primeras víctimas en cuestión de bienes artísticos.

En marzo de ese año, un galerista nazi llamado Alexander Vömel, a quien Flechtheim había contratado como administrador, confiscó la Galería Flechtheim de Dusseldorf, lo cual seguramente refleja el procedimiento de desmantelación que se aplicó a las demás sucursales. Flechtheim no solo fue desposeído, sino también denostado por viles campañas propagandísticas; su rostro fue impreso y denigrado en la carátula de afiches y publicaciones nazi. Incluso se dice que la imagen del afiche de la infame exhibición de «arte degenerado», llevada a cabo en Munich en 1937, fue basada en su rostro.

Mucho «arte degenerado» fue destruido por el régimen nazi, pero este, consciente del lucro que este arte podía generar, eventualmente optó por autorizar a un puñado de individuos para que canalizaran y vendieran el «arte degenerado» por fuera del Reich a cambio de una atractiva comisión (aproximadamente el 25 %).

Flechtheim observó impotentemente cómo su obra de vida, su pasión y su sustento fue desbaratado, desposeído y explotado por los nazis. Pudo huir y asentarse en Londres gracias a la ayuda de Daniel Kahnweiler. Por otra parte, Flechtheim y Goldschmidt se divorciaron en 1935, como estrategia fútil de la pareja para intentar retener algunos bienes.

Ya a mediados de 1933 Flechtheim se había convertido en un manojo de nervios. Según cuenta una allegada, no dejaba de mirar por encima de su hombro aun estando con ella en un restaurante vacío en París. Su correspondencia, según aquellos que han tenido acceso a ella, devela una profunda angustia ante su condición, la pérdida de su obra de vida e incertidumbre por su futuro.

Aun así, Flechtheim se mantuvo ocupado en su trabajo para la famosa Galería de Arte Mayor de Londres, donde logró montar algunas exhibiciones mientras intentaba esclarecer su futuro y poner orden en una situación que era incomprensible.

Sufrió terriblemente a raíz de la persecución nazi; su mal estado emocional agravó el impacto de la diabetes sobre su salud. Su condición empeoró vertiginosamente luego de pisar un tornillo oxidado en 1936, que llevó a la amputación de su pierna en febrero de 1937.

Beti Goldschmidt, quien había viajado a Londres para acompañarlo durante su convalecencia, estaba presente cuando él falleció, el 9 de marzo de 1937.

Ella regresó a Berlín. En 1938 fue forzada a subastar sus bienes restantes. Ante su inminente arresto y deportación por los nazis, ingirió una dosis mortal de barbitúricos.

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